Ella soñó que moriría al día siguiente. Y no quería marcharse sin besar al vecino del séptimo B.
No se sentía capaz de hacerlo. Tenía suficiente valor para aceptar su muerte, pero tocar a la puerta del vecino y mendigarle un beso era una proeza que se sentía incapaz de acometer.
Por eso decidió dejarle un beso anónimo, oculto, invisible, agazapado en un lugar inesperado, como una mina anti-persona.
Llamó a la puerta del séptimo B. Balbuceó la más sosa de las excusas con torpeza. Siempre resulta irónico que la excusa más sosa consista en pedir sal.
Mientras el vecino del séptimo B se marchaba en busca del salero de la cocina del séptimo B, ella entró corriendo al comedor del vecino del séptimo B, se acercó a la mesa en la que solía desayunar el vecino del séptimo B, cogió la taza favorita del vecino del séptimo B, ésa misma que ella le veía utilizar todos los días, cuando le espiaba a través de la ventana... Besó apasionadamente el borde de la taza del vecino del séptimo B... para que, cuando el vecino del séptimo B se la llevase a la boca al día siguiente, bebiese sin saberlo el beso más hermoso que salió jamás de los labios de la vecina del vecino del séptimo B.
Y allí quedó la taza, orgullosa de convertirse en mensajera, en puente de comunicación entre dos labios... mientras el salero se marchaba del apartamento, un poco triste por verse convertido en una triste excusa.
Al día siguiente, ella conducía por sinuosas carreteras que la separaban de su lugar de trabajo. De repente, se sintió desvanecer. Descubrió demasiado tarde que había entregado tantos latidos de su corazón en un solo beso, que ahora ese pobre corazón no alcanzaba a latir en condiciones.
Se desmayó sobre el volante... y el vehículo, obediente, se desmayó también, sobre el barranco más cercano. Y al fondo del barranco había un glaciar.
Ella dejó de tragar agua cuando se le congelaron los pulmones. Quiero pensar que falleció feliz, porque hay que ser la mujer más feliz del mundo para legar a dicho mundo un cadáver tan hermoso...
A la mañana siguiente, el vecino del séptimo B posó los labios en el borde de su taza favorita...
... y se murió de frío.
Madrid a 16 de noviembre de 2006
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