lunes, 6 de septiembre de 2010

MALDITA COMA



(publicado originalmente en HANKOVER)


Diríjanse a la librería más cercana. Busquen esa novela del escritor Jorge Romero. Ya saben a cuál me refiero. La más famosa. Ésa que le consagró como uno de los autores más representativos de su bla, bla, bla, bla, bla.

¿Ya la tienen a mano? Ábranla por la página treinta y siete y lean la primera frase del segundo párrafo. ¿Lo han notado? Hay una coma, y está colocada en un lugar ambiguo. Los eruditos podrían discutir durante horas sobre ella sin encontrar razones para considerarla errónea.

Pero interrumpe la fluidez de la lectura.

Cuando uno lee la frase, sufre un bache. Similar a un tropezón en una acera. El hechizo se tambalea en una especie de coitus interruptus. Algo muy leve. Una fracción de segundo. Un trastabillar, recuperar rápidamente el equilibrio y continuar con cara de “aquí no pasó nada”.

Esa coma sobrevivió al primer borrador de la novela, y al segundo. El corrector de estilo de la editorial tampoco halló razones para descartarla. Era correcta. Pero cada vez que Romero le perdonaba la vida en el circo romano de las letras, sentía cómo sus vísceras se traicionaban a sí mismas.

La novela se publicó. Gustó. Medró. Parte de la labor de promoción consistió en Jorge Romero volando aquí y allá, leyendo pasajes de la obra en centros comerciales, en clubes de lectura, en radios, en universidades. Y en esas ocasiones, cada vez que el escritor llegaba a la página treinta y siete, cada vez que leía la primera frase del segundo párrafo se reencontraba con la coma, y la coma era una espina que le hería en un lugar muy hondo, inyectando frustraciones y amarguras.

Hace unos días Jorge Romero fue a hacerse unos análisis y le diagnosticaron cáncer. Un cáncer letal, precioso e imparable. Y nadie se lo explica. Jorge no fuma, no come porquería, apenas bebe.

Lo que sí reconoce incluso el más mediocre de los médicos es que la amargura es el mejor caldo de cultivo para esa enfermedad irreversible.

La causa de toda esa amargura tan sólo el escritor la sabe. Pero regresen a la librería del principio. ¿Ven a ese hombre que coge del estante esa novela que ustedes acaban de soltar? ¿Ven cómo la abre por la página treinta y siete? ¿Ven cómo extrae su botellín de tipex y deposita una lagrimilla blanca sobre esa impertinencia que trastorna la primera frase del segundo párrafo? Ese hombre es el escritor Jorge Romero, y después de esta librería pasará a la siguiente, y luego a la otra, y luego a la de más allá.

No parará hasta que se le acabe el tipex, o hasta que se le apaguen los minutos.



Fuerteventura. 2 de septiembre de 2010.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"Una lagrimilla blanca sobre esa impertinencia" :)

Juanjo Ramírez dijo...

Gracias, Elisa!! :) :) :)