Querida, lo voy a confesar: Te he sido infiel. Decenas, centenares de veces. Y sin embargo, créeme: nunca he tocado a otra.
Ya sé, ya sé, ya sé... No te lo
crees. Aunque tampoco te he tocado a ti desde hace siglos. Se me ha olvidado
aquello de mirarte como a una ostra a la que abrir con la lengua. Me aburres,
supongo. Me he acostumbrado a ti.
Para que no te sientas aún peor,
añadiré que no es sólo contigo. Las demás mujeres tampoco me interesan. Creo
que si evité acostarme con alguna otra no fue por una cuestión de rectitud
moral. Las mujeres habéis dejado de excitarme. Así de fácil. Ni siquiera sois
capaces de incitarme a paja.
Al menos mientras seguís vivas.
Lo descubrí hace unos cuantos
meses. ¿Te acuerdas de Celia? Mi antigua compañera de instituto, la que murió
en aquel accidente, en la autopista. Llevaba años sin verla, sin llamarla, sin
saber de ella. Tampoco éramos íntimos. El caso es que nada más enterarme de su
muerte, entré en su facebook. Un morbo subrepticio, escatológico me impulsaba a
ello. ¿Qué pasa con tu facebook cuando mueres? ¿Se encarga alguien de
dinamitarlo? ¿O permanece ahí, como una cripta de ceros, unos, píxeles?
Mi amiga Celia ya no estaba entre
nosotros pero su rincón virtual aún no se había enterado de ello. Continuaba
donde siempre, perpetuándola como un eco, como una secreción fantasmagórica.
Entonces – ya no hay razón para
mentirte – de repente, viendo aquellas fotos de Celia, me empalmé. Fotos de
todo tipo: De instituto, de universidad, de tiempos más recientes, en las que
sale un poco más gordita. Celia nunca me atrajo especialmente. Era agradable,
pero del montón. Sin embargo ahí estaba yo, delante del monitor, con la polla
durísima. Quizá influía el saber que ya nunca más podría tenerla, que en lo que
tarda en estallar un parabrisas se había convertido en la mujer más imposible
del planeta. Acaso había un trasfondo filosófico, incluso religioso: entregarle
mi semen a una muerta, derramar la semilla de la vida dentro del sumidero de la
Nada, creación y destrucción enroscándose en una espiral, un baile obsceno:
mirar a la Parca directamente a los ojos mientras te la machacas, mientras te
corres en su puta cara.
Sí. Me corrí. ¡Joder si me corrí!
Mi dedo pulsaba la tecla a un ritmo enfermizo, implacable... y las fotos de
Celia se sucedían a ese mismo ritmo: sola o acompañada, siempre con esa mirada,
esa sonrisa de quien ignora que va a terminar entre los hierros de un vehículo.
Celia fue la primera, y siempre
la recordaré de manera especial. Pero después de ella vinieron muchas otras.
Tantas que no consigo retener sus nombres, ni sus caras.
Acudo a las esquelas del
periódico igual que otros acuden a Tinder o a Badoo. Sólo en esas páginas
siniestras encuentro a las musas de mis pajas. Siempre el mismo proceso:
Leerlas todas, seleccionar dos o tres nombres, explorar el ciberespacio hasta
localizarlas: Facebook, Twitter, blogs, Instagram, Meetic. No discrimino.
Rubias, morenas, delgadas, rellenitas, adolescentes, treintañeras, cuarentonas...
Todas tienen en común que son eternas.
No siempre hay suerte, querida.
Algunas se marchan dejando su red social cerrada a cal y canto. En esos casos
me conformo con una foto de perfil minúscula y poco más. Pero otras... Otras
dejan una puerta entreabierta que me permite gozar de todos sus despojos. Fotos
y vídeos, por supuesto, pero no sólo eso. Allí me tienes, como un pervertido
que olisquea ropa interior, cotilleando, leyendo lo que esas chicas habían
comentado dos días antes, las frases de Paulo Coelho que habían compartido la
noche antes de morir, los eventos a los que pensaban asistir antes de saber
que el evento más cercano era un entierro, un velatorio, una misa en su honor.
Ésas son las cosas que miro mientras me toqueteo, mientras ofrendo mi esperma a
gente que no existe. Todo eso, querida, es lo que a mí me excita.
Luego pasan los días y alguien
demuele esos edificios abandonados en las barriadas del ciberespacio. Suele
ocurrir, tarde o temprano. Pero mientras tanto... Mientras tanto esas muertas
son mías. Las rastreo con desesperación. Me follo sus caparazones huecos. Necrófilo
virtual. Yonki de los fantasmas. No hay placer más intenso que el de poseer
algo que se desintegra irremediablemente para fundirse en la Totalidad.
Creo que queda poco más que
decir, cariño. Voy a ir enviando el mail. Supongo que no lo vas a leer. No creo
que haya WiFi dentro del ataúd. No puedo evitar sentirme responsable de lo que
te ha pasado. Estoy casi seguro de que hay un vínculo inconfeso entre tu
suicidio y mi comportamiento. Yo te traje hasta aquí, a base de ignorarte; a
base de darte a entender con cada insinuación, cada mirada... que otras me
estaban dando eso que había dejado de buscar en ti. Y ese matiz de culpa, para
qué negarlo, me pone también un poco a cien.
Míralo por el lado bueno, amor
mío: Ahora te vuelvo a ver con otros ojos. Ahora por fin podemos amarnos,
desearnos. Como en los viejos tiempos.
Madrid. 12 de
febrero de 2013.
3 comentarios:
No voy a decir por cual camino llegué aquí, te lo debe imaginar.
Afortunado de mi parte.
Tu relato me parece tan acorde a estos tiempos, casi una crónica.
Que hacerse, o el verbo que se utilice en España, para una paja, (en Bs.As. es hacerse) con muertas de fb, es como una vuelta de tuerca muy interesante del canibalismo social que es per se fb.
Lo disfruté mucho. Muy bien escrito.
Je, una pequeña penita por mi parte es que las Ofelias del caso postearan Coelho, (muy buena broma), una muy satisfactoria paja podría haber sido para el personaje vérselas con la fb/iografia de una difunta que hubiera subido un poema de Pizarnik, o el monólogo de Molly Bloom.
Enhorabuena como dicen uds. Y gracias.
¡Muchísimas gracias, Miriam! Un saludo desde el otro lado del charco. :)
Merecido, muy merecido. Abrazo grande.
Mitad andaluz, mitad canario, casi nada hombre!
Me diste una alegría, volver a blogger! Arigato!
Publicar un comentario